jueves, 20 de diciembre de 2007

La moral cartesiana

Esta disertación os ayudará a contestar las preguntas sobre el capítulo 3º.


El título de esta disertación es “La moral cartesiana”. Descartes desarrolla este tema en el capítulo 3º del “Discurso del Método”, después de haber propuesto las reglas del método y antes de poner en práctica la duda metódica, y nos lleva a plantearnos las siguientes cuestiones:
¿Por qué ha sido necesario elaborar la moral provisional antes de poner en práctica la duda metódica? ¿Qué razones aduce Descartes para adoptar sus máximas? ¿Cuántas son y en qué consisten? ¿Se alcanza con ellas la verdad evidente o la probabilidad?¿Qué elementos de la moral estoica que hay presentes en la moral cartesiana? Descartes establece cuando trata materias especulativas, por una parte, y asuntos morales por otra. ¿Se podría afirmar que hacemos un uso diferente de la razón cuando la aplicamos a uno u otro?

La necesidad de una moral provisional aparece ahora, en el momento en que Descartes piensa ejercitar su método y como persona tiene que seguir actuando en la vida social, por lo que respecto de las acciones no puede permanecer irresoluto. Aparece ahora con ese carácter provisional dado que la razón no la ha garantizado, aunque pudiera considerarse como definitiva en otro momento posterior.Descartes se provee de una moral provisional mientras procede a la revisión teórica, moral que le resulta necesaria para no permanecer irresoluto en sus acciones y para procurar vivir lo más felizmente que pudiera. Es pues, una segunda vivienda segura mientras reforma desde los cimientos la otra, la de la razón teórica. En el terreno de la filosofía práctica, Descartes no busca la verdad, al menos por ahora, y como él mismo nos dice, opta por obedecer las leyes del país, la religión y las normas morales de los más sensatos de sus conciudadanos. Es una moral de conformismo, de adaptación al entorno. Pero es además lo más razonable mientras no se tenga nada que sea verdaderamente cierto.
Mientras en el análisis teórico sólo se aceptará como verdadero lo evidente, porque mientras se llega a esa verdad se puede vivir en la duda, en el terreno de la moral eso no es posible, pues se ha de vivir cada día, tomar decisiones y actuar, y esto no admite dilaciones ni suspensiones de juicio y por tanto de acción, cosa sólo posible en el nivel teórico.

Descartes distingue en el alma acciones y pasiones: las acciones dependen de la voluntad; las pasiones son involuntarias y están constituidas por percepciones, sentimientos o emociones causadas en el alma por los espíritus vitales, esto es, las fuerzas mecánicas que actúan en el cuerpo. La fuerza del alma consiste en vencer las pasiones y detener los movimientos del cuerpo que las acompañan; mientras que su debilidad consiste en dejarse dominar por las pasiones presentes, las cuales, siendo frecuentemente contrarias entre sí, solicitan al alma de un lado y, de otro, la hacen combatir contra sí misma, dejándola en el estado más deplorable. A las pasiones acompaña un estado de servidumbre, del cual el hombre debe procurar librarse. Casi siempre hacen aparecer el bien y el mal que representan mucho más grandes e importan-tes de lo que son, y, por ello, nos inducen a huir del uno y buscar el otro con más ardor de lo que es conveniente. El hombre debe dejarse guiar, en cuanto sea posible, no por las pasiones, sino por la experiencia y por la razón, y sólo así podrá distinguir en su justo valor el bien y el mal y evitar los excesos. En este dominio sobre las pasiones consiste la prudencia; y ésta se obtiene extendiendo el dominio del pensamiento claro y distinto y separando este dominio en cuanto sea posible de los movimientos de la sangre y de los espíritus vitales de los que dependen las pasiones y con los cuales habitualmente está unido.
En este progresivo dominio de la razón, que restituye al hombre el uso íntegro del libre albedrío y le hace dueño de su voluntad, está la característica de la moral cartesiana, moral que el mismo Descartes resume en ¿tres o cuatro? reglas.
La primera regla era obedecer a las leyes y a las costumbres del país, conservando la religión tradicional y ateniéndose en todo a las opiniones más moderadas y más alejadas de los excesos. Con esta regla renunciaba de una manera preliminar a extender su crítica al dominio de la moral, de la religión y de la política. Esta regla expresa un aspecto definitivo de la personalidad de Descartes, caracterizada por el respeto hacia la tradición religiosa y política. En realidad, distinguía dos dominios diferentes: el uso de la vida y la contemplación de la verdad. En el pri-mero, la voluntad tiene la obligación de decidirse sin esperar la evidencia; en el segundo, tiene la obligación de no decidirse hasta que haya alcanzado la evidencia. En el dominio de la con-templación, el hombre no puede contentarse más que con la verdad evidente; en el dominio de la acción el hombre puede contentarse con la probabilidad. Ha sido necesario elaborar la moral provisional antes de poner en práctica la duda metódica para tener seguridad en el obrar, algo que no puede permanecer en suspenso. En efecto, se puede vivir con la suspensión del juicio teórico, pero no es posible sin unas normas morales que dirijan nuestra acción con los otros hombres. En el plano teórico no es aceptable lo verosímil ni lo probable, pero en el plano moral sí, pues no existen opiniones evidentes. En el plano moral todas las opiniones son probables. De ahí que en la primera máxima moral recomendara moderación, pues al ser sólo probable, si cometiéramos un error, sería menos grave que si hubiéramos optado por una actuación extre-mada. Aceptado el valor de la moral como probable y teniendo una guía para la vida ya es posible dedicarse por entero a la demolición del edificio teórico.
Recordemos que Descartes piensa regirse con arreglo a las opiniones más moderadas y más alejadas del exceso que fuesen comúnmente aprobadas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir. La práctica de los más sensatos no es garantía de la bondad de una norma moral, pero en la incertidumbre es lo más aconsejable porque son siem-pre las más cómodas para la práctica, y verosímilmente las mejores, ya que todo exceso suele ser malo.
La segunda máxima era la de ser lo más firme y resuelto posible en el obrar, y la de seguir con constancia aun la opinión más dudosa, una vez que se la hubiera adoptado. Esta regla también está inspirada por las necesidades de la vida, que obligan muchas veces a actuar aun con la falta de elementos seguros y definitivos. Las razones las expone con claridad, las acciones de la vida no admiten dilaciones, por lo que nos ha de bastar con las razones que tengamos en ese momen-to para decidirnos y seguir con ellas como si fueran las más verdaderas, de hecho lo son para nosotros, pues nos inclinamos por aquellas sobre las que tenemos más sólidas razones para con-siderarlas verdaderas. Esta medida nos sustraerá de los arrepentimientos y remordimientos, que es como dar vueltas por el bosque sin decidirse por ninguna dirección determinada, sino corrigien-do a cada paso el camino, lo cual es lo propio de los espíritus débiles y vacilantes. Es una moral de la buena conciencia, hacemos aquello que la razón nos dice que es lo mejor, aunque sepamos que no poseemos todos los elementos o razones para llegar a ese juicio sin posibilidades de error, pero debemos actuar así porque en la vida práctica las decisiones no admiten ni suspensiones ni dilaciones. En suma, hemos hecho lo mejor que podíamos en las circunstancias en que nos en-contrábamos, los arrepentimientos y remordimientos sólo pueden contribuir a desorientarnos de nuevo. La paz de conciencia consiste en la certeza sobre la bondad de las propias acciones, y se consigue considerando que nuestras decisiones han sido tomadas basándonos en las mejores razones que teníamos en el momento, debiéndose, a partir de ahí, perseverar en ese obrar dicta-do por la razón, como si nuestras acciones fuesen absolutamente buenas aunque en un principio fuesen dudosas. De esta manera evitaremos el arrepentimiento y el remordimiento.
La tercera regla era procurar vencerse más bien a sí mismo que a la fortuna y esforzarse en cam-biar los pensamientos propios más que el orden del mundo. Descartes sostuvo que nada está enteramente en nuestro poder, excepto nuestros pensamientos; y colocó el mérito y la dignidad del hombre en el uso que sabe hacer de sus facultades. Esta regla expresa el espíritu del cartesianismo, el cual exige que el hombre se deje conducir únicamente por la propia razón y bos-queja el ideal mismo de la moral cartesiana, la nostalgia y el arrepentimiento; pero, si hacemos siempre todo lo que nos dicta nuestra razón, no tendremos jamás ningún motivo de arrepentir-nos, aunque los acontecimientos nos muestren, después, que nos hemos engañado sin culpa nuestra. La felicidad puede conseguirse conformándonos con las circunstancias, procurando cambiarnos nosotros, esto es, nuestros deseos, antes que intentar cambiar el mundo, lo cual resulta mucho más difícil o imposible.
Esta tercera máxima está influenciada por el estoicismo y, en concreto, por Epicteto, para el cual lo único que está realmente en nuestro poder son nuestros pensamientos. Los bienes exteriores, como la fortuna, son volubles. Si ciframos nuestra felicidad en ellos, esta nunca de-penderá de nosotros. Por el contrario, si gobernamos nuestros pensamientos conseguiremos la felicidad, y el argumento que ha de convencernos es que todo aquello que no hemos conseguido después de obrar lo mejor que hemos podido, es imposible, y por tanto inútil el desearlo. La felicidad, en suma, depende del buen gobierno de nuestros pensamientos y consiste en conformarnos con nuestros bienes y no desear más que aquello que podemos alcanzar. La propuesta general que nos hace es el control de nuestros deseos por medio de nuestros pen-samientos, pues es lo único de lo que realmente podemos ser dueños. El control de nuestros deseos debe realizarse mediante la razón. Tras haber obrado lo mejor que hemos podido en lo tocante a las cosas exteriores, debemos entender que todo lo que no hemos podido conseguir es para nosotros absolutamente imposible y, por tanto, todo esfuerzo es baldío. Cifrar la felicidad en la satisfacción de todos los deseos es caer en una cadena sin fin, pues el deseo no tiene límites ni comprensión de la realidad, y el no saber determinar qué es lo posible y qué lo im-posible para nosotros es cargarnos de insatisfacciones y amarguras. El entendimiento es el encargado de enseñarnos esta distinción entre las cosas exteriores, y de ella se derivará la aceptación tranquila de la realidad.

Primeramente, puede discutirse si las máximas son 3 ó 4. Tras enumerar estas tres, no aparece la expresión “mi cuarta máxima”, pero parece que la 4ª máxima tiene una posición especial, pues es como el fundamento de las otras tres. En cuanto a la discutida 4ª máxima, encontramos que la frase que más se asemeja a la formulación de una máxima es: “emplear toda mi vida en cultivar la razón”, porque el conocimiento es fuente de satisfacciones gratas e inocentes. Las 3 máximas anteriores están fundadas en ella pues con la razón examinaremos, cuando sea opor-tuno, las opiniones ajenas que seguimos. El propósito de examinarlas con la razón es lo que nos libra de remordimientos al seguirlas. Que nuestra razón juzgue buena o mala una cosa hace que nuestra voluntad la persiga o la rehúya y así se regulan nuestros deseos.

Los ingredientes estoicos son abundantes en la moral cartesiana. De hecho, en el Renacimiento se había producido un “neoestoicismo” bastante generalizado. Destacaríamos: La máxima de la moderación. La constancia también es una virtud básica para Zenón, Séneca, etc. La idea de que el sabio, al conocer el orden del mundo, comprende y acepta que las cosas son necesarias, y por tanto no desea lo imposible. La 3ª máxima, derivada de lo anterior, la del dominio de los deseos es la más típicamente estoica. Finalmente, observamos que la ética de Descartes también persigue la felicidad (o el “contento” o la “satisfacción”, que son una “felicidad en tono menor”). Podemos, pues, considerar la ética cartesiana deudora del “eudemonismo” griego, una variedad del cual es el estoicismo, que buscaba la felicidad (o la serenidad, al menos) en la “ataraxia”, en la imperturbabilidad del espíritu, en superar las angustias y desánimos del vivir.
Hay, no obstante, una diferencia importante entre Descartes y los estoicos. Descartes no comparte este ideal de “imperturbabilidad” o “insensibilidad” del estoico, consistente en suprimir las pasiones y alcanzar un estado de indiferencia frente a todo lo que acaezca. Sabe que las pasiones son insuprimibles, incluso que son buenas en su mayoría.

Como conclusión y a modo de resumen, se puede afirmar que Descartes establece cuando trata materias especulativas, por una parte, y asuntos morales por otra. La filosofía práctica: Busca la felicidad: “vivir lo más felizmente que pudiese". Su objeto son las acciones: “ver claro en mis ac-ciones y andar seguro por la vida”. La acción no admite demora; no se puede permanecer irresoluto. Es necesario, pues, una “moral provisional” mientras buscamos la moral perfecta. Seguir con constancia las opiniones dudosas. Seguir las opiniones más probables. Seguir las opiniones más moderadas porque son más cómodas y verosímilmente las mejores. Evitar la inconstancia y vacilación, que es señal de debilidad y lleva a la irresolución. La filosofía especulativa: Busca “distinguir lo verdadero de lo falso” y hacernos dueños de la naturaleza. Su objeto son las verdades científicas y metafísicas. Se debe suspender el juicio en estos asuntos mientras no descubramos la verdad. No conformarse con verdades provisionales, sino con verdades evidentes indudables. No admitir lo dudoso ni lo probable. No admitir como verdadero lo verosímil. Cultivar la duda, aunque sea como método.
Todas estas diferencias nos llevan a admitir que Descartes distingue entre un “uso teórico” y un “uso práctico” de nuestra razón. Sin embargo, Descartes no admitiría nunca que haya una “Ra-zón teórica” y una “Razón práctica”, esto es, dos facultades diferentes. Su concepción de la Ciencia es una, precisamente porque la Razón humana es una, aunque se aplique a objetos distintos. La Razón humana es, pues, una, pero según se aplique a la matemática y a la naturaleza o a las acciones humanas alcanzará certezas indudables u opiniones probables.
Ha sido necesario elaborar la moral provisional antes de poner en práctica la duda metódica para tener seguridad en el obrar, algo que no puede permanecer en suspenso. En efecto, se puede vivir con la suspensión del juicio teórico, pero no es posible sin unas normas morales que diri-jan nuestra acción con los otros hombres. En el plano teórico no es aceptable lo verosímil ni lo probable, pero en el plano moral sí, pues no existen opiniones evidentes. En el plano moral to-das las opiniones son probables. De ahí que en la primera máxima moral recomendara mode-ración, pues al ser sólo probable, si cometiéramos un error, sería menos grave que si hubiéra-mos optado por una actuación extremada. Aceptado el valor de la moral
como probable y teniendo una guía para la vida ya es posible dedicarse por entero a la demolición del edificio teórico.

2 comentarios:

nuria dijo...

Hola Mªjose, soy Nuria. Estoy buscando en internet informacion de los escepticos y no me sale nada fiable. Podrias poner algo? es que para disertacion se necesita y en el libro no pone casi nada! Bueno gracias por adelandato!! adios! besitos!

nuria dijo...

Hola Mªjose, soy Nuria. Estoy buscando en internet informacion de los escepticos y no me sale nada fiable. Podrias poner algo? es que para disertacion se necesita y en el libro no pone casi nada! Bueno gracias por adelandato!! adios! besitos!